El romanticismo y el realismo reaccionaron con virulencia ante el arte oficial, pero fue el impresionismo el movimiento que subvirtió muchos de los principios técnicos y estéticos establecidos desde siglos atrás.

Hacia 1860 comenzaron a aparecer indicios de una peculiar orientación que culminaría en una verdadera revolución artística: fragmentación del toque de pincel, tonalidades que se aclaraban, inclinación por el trabajo al aire libre, captación del instante atmosférico preciso, etc... Todo ello condujo a la formación de un grupo de autores que se plasmó en una singular exposición que se presentó en París el 13 de abril de 1874, en los salones del fotógrafo Nadar.

El término 'impresionistas' aplicado despectivamente a quienes colgaron sus cuadros en aquella célebre muestra - Boudin, Cézanne, Degas, Lépine, Monet, Morisot, Pissarro, Renoir o Sisley - se convirtió en la denominación que les consagró ganándoles fama imperecedera. Uno de sus amigos y protectores fue el galerista Paul Durand-Ruel, cuyas gestiones dentro y fuera de Francia contribuyeron a darles a conocer y popularizarles en el mundo.

A la larga, su lucha por la liberación de los estereotipos obsoletos, de las reglas y las normas que encadenaban la voluntad creadora, así como el acusado individualismo de sus componentes y la dispar evolución de cada uno, fue creando fisuras en la aparente unidad del grupo y éste acabó disolviéndose en 1886, después de la octava exposición. Paralela y posteriormente varios iniciaron sus experiencias en solitario y otros muchos pintores siguieron en su cercanía caminos similares y divergentes por lo que didácticamente se les califica como 'postimpresionistas', durante un periodo que comienza a mediados de los 80 y concluye en 1906 con la muerte de Cézanne.